Y seguimos con nuestra novela «Los Asquerosos», que cuando la leáis ya veréis el porque de ese título, tan peculiar, pero que en realidad está muy acorde con el vocabulario usado, pero no desvelo más pues yo me pongo al otro lado y no me gustaría que me destaparan los entresijos de la aventura.
Manuel era un niño espabilado, no le quedó otra, , como suele decir mi madre, «a la fuerza ahorcan». Con una falta de atenciones por el seno familiar, a Manuel no le quedaba otra que avivar en la vida, y eso de alguna manera tampoco le disgustaba demasiado, pues le permitía una independencia que otros niños a su edad evidentemente no tenían. De hecho le daban pena esos chavales a los que denominaba «sin llave» y que a cambio de una merienda puesta en la mesa, carecían de esa libertad que el poseía.
Aprendió pronto hacer las cosas cotidianas como «…hacerse una tortilla francesa, forrarse los libros con papel de regalo, o hacer frente a una mancha de grasa en la ropa con una pizca de harina. Un día hasta arregló el empalme de un enchufe, pero mantuvo el secreto pues si papa y mama se enteraban le reprenderían por meter los dedos en trastos de corriente».
Que poco imaginaba Manuel por aquel entonces cuanta falta le iba hacer todo su ingenio y más.
Pero por el momento nos quedamos con ese platillo culinario que un chiquillo tan pequeño prepara para subsistir, y es la tortilla francesa, pero no una cualquiera sino una jugosa que pese a su sencillez sea a su vez una delicia.