Buenas a tarde a tod@s, hoy os traigo una novela que es a partes iguales encantadora y reflexiva. La novela en cuestión es Nuestra casa en el árbol, de Lea Vélez, escritora madrileña con fuertes lazos con Inglaterra.
Deciros que es para momentos sin prisa (¿y que novela lo es?) relajada, entretenida con la cual refrescas momentos y hechos hace tiempo olvidados, y es que los niños son así, nos hace volver al principio de nuestra infancia y no podemos evitar vernos reflejados muchas veces en ellos.
Nuestra historia trata de Ana, una mujer recientemente viuda y con tres hijos, Michael de seis años, Richard de cinco años y María de cuatro años, unos niños poco convencionales y que gracias a su vida en plena libertad, extraerán sus destinos y vocaciones, ….»demostrando que la excelencia puede alcanzarse a través de la sencillez, sin sacrificar la infancia en favor del futuro…». Ella es una mujer que no tiene tiempo ni quiere vivir como el sistema le dice y a cambio toma la decisión de romper con todo y marcharse al sur de Inglaterra, al hostal inglés que su marido le dejó en herencia.
Todo pasa en un cúmulo de experiencias vividas que siguen tan vivas porque las llevan dentro. Experiencias como la visita del holandés, («…un hombre alto, lacónico, de mirada densa como la madera y sonrisa fácil…»), el «príncipe Netley» (hombre adinerado, con poco tiempo libre, que siempre vestía de traje azul y que vivía en el castillo de Netley, sitio que por dentro fue restaurado y lo convirtieron en pisos de lujo), el río, las rutas en barca, y su madre con la idea en la cabeza de construirles una casa en el árbol, para ellos y también para ella, porque los límites nos lo ponemos nosotros y la sociedad machacona, pero son nuestras ganas y nuestra fuerza interior lo que importa de verdad para tirar para adelante. Ana es una mujer fuerte que enseña a sus hijos «… a comprender la desgracia desde un sentido de urgencia, de aprovechar el tiempo, de fugaz mortalidad, de amor a contrarreloj…» y también «…a no creer en algo porque lo repite todo el mundo, porque todo el mundo puede estar equivocado…»
Y así, entre la gran tenacidad de Ana por construir ella sola la casa en el árbol, donde «…para ver más allá hay que cambiar de punto de vista…» donde las reflexiones saltan de página en página, tanto que se quedan pegadas en la cabeza porque «…la memoria es el jardín de las delicias….. es la ciudad del pasado en la que vivimos…». Porque «… el lenguaje no termina cuando callan las palabras…» está en todo lo que vemos y sentimos, en las cosas realizadas por otras manos, en el olor de esa fragancia conocida…. esas cosas nunca se olvidan.
«…todos tenemos días amargos, pero también la quina es amarga y es el principal ingrediente del gin-tonic. Bebamos. Suavicemos los errores, saquemos de ellos temores tocando las estrellas saboreando cada trago, llorando estuarios de sal junto a los poetas persas, hasta que las preocupaciones se disuelvan en una canción de Bob Dylan o de Leonard Cohen junto al fuego…» solo de esa manera es como se vive la verdadera vida.
2 respuestas a “Nuestra casa en el árbol.”