Blog · relatos · reseña de libros

La gran sorpresa, el jengibre.

No me cansaré nunca de decir lo que ha supuesto para mi este blog, sobre todo en el tema culinario. Me abre puertas que ni siquiera en otra época me habría atrevido a tocar. No es que yo sea especialita con la comida, todo lo contrario, me gusta prácticamente de todo, unas cosas más que otras pero por lo general no hago ascos a la comida. Me gusta sobre todo probar cosas nuevas en especial cuando salgo de viaje, unas veces acierto y otras no , pero no me arrepiento de haber probado nada me dejara buen recuerdo o no tan bueno.

En este caso es el jengibre, esta raíz adorada por muchos y odiada por otros tantos (yo me incluía) tiene una cantidad de propiedades increíbles pero a mí se me resistía. Lo intenté en numerosas ocasiones pero nuestra relación no cuajaba, su olor, si si estupendo, pero como ambientador quizás, ya que según huele así sabe.

Y mira por donde este mundo mío literario ha querido volver a reencontrarnos y yo de nuevo lo quiero intentar.

Así que os pongo en situación pues continuamos con la novela, Nuestra casa en el árbol.

Los niños se hicieron mayores pero los tres han conservado ese niño dentro que jamás hay que perder y qué mejor sitio para sacarlo que en un ambiente donde el aire trae las risas, los recuerdos de otros años, y en estos casos lo mejor es…. dejarse llevar.

Están los tres hermanos en Joiners, han regresado a su casa de la infancia, curiosean unos cuadernos que Richard ha estado escribiendo, son ellos, ellos plasmados en hojas y tinta que ahora se corre por una nube tormentosa que también quiere hacerse partícipe de sus aventuras. 

Deciden recogerlo todo y meterse en casa, una vez allí , vuelven a desplegar todo en la mesa de la cocina, una mesa muy especial, la mesa de papá. Abren armarios, cajones…y empiezan aflorar aún más recuerdos, unos recuerdos que no habría podido escribir Richard sin ellos. Y así entre tazas de porcelana y galletas de jengibre mezcladas con altas dosis de nostalgia, corren ríos de té mientras Michael sigue leyendo en voz alta los cuadernos de Richard.

Y aquí está también mi reencuentro con esta raíz tan peculiar, hoy por fin la conexión ha sido superior.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

deci

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Pestiños

De la novela de Javier Sierra La cena secreta, os traigo este dulce de miel que, aunque en el libro nos pone que son restos de la navidad, aquí los pestiños los solemos hacer más en Semana Santa, aunque dependiendo de la zona de España también los podemos encontrar en navidades. Esa vez nos saltaremos un poco la tradición y los prepararemos hoy con la excusa de nuestra novela.

Es un dulce muy humilde y por consiguiente barato y sin ingredientes difíciles, como tampoco es difícil su elaboración.

Tengo que deciros que la foto no es mía sino del periódico ABC de Sevilla, mis fotos se me han perdido y evidentemente ya no queda rastro de los pestiños en mi casa para volver a repetir las fotos.

Vamos a la cocina!!

Dificultad: Media (es más bien por el entretenimiento que llevan que por otra cosa).

Ingredientes:

  • 125 ml. de aceite de oliva suave.
  • cáscara de medio limón.
  • 125 ml. de vino blanco verdejo
  • 2 pellizcos de sal.
  • 365 gr. de harina tamizada.
  • 150 gr. de miel
  • 30 gr. de agua.
  • Aceite de girasol para freír.

Poner en un cazo el aceite de oliva y la corteza de limón.

Lo ponemos a fuego suave hasta que la corteza se vuelva marrón. Retiramos del fuego y reservamos.

En un bol ponemos el vino, dos pellizcos de sal y el aceite de oliva templado que teníamos reservado.

Añadimos la mitad de la harina tamizada hasta integrarla por completo. Luego añadimos la otra mitad y procedemos de la misma forma.

Amasamos bien y dejamos reposar durante una hora.

Pasado ese tiempo volvemos amasar y estiramos con un rodillo lo más finamente posible y cortamos con un cortapastas.

En centro de cada circulo lo pintamos muy poquito con agua, doblamos los lados hacia el centro volviendo a mojar muy poquito con agua y presionando para formar de esta manera un «lazo».

Freír en abundante aceite. Sacamos y dejamos escurrir en papel de cocina para quitar el exceso de aceite.

En un cazo ponemos la miel junto con el agua y lo llevamos al fuego suave hasta que empiece a burbujear. Retiramos del fuego.

Pasamos por esta mezcla nuestros pestiños dejándolos un par de minutos para que se empapen bien.

Los pasamos a una rejilla para que escurran.

Y a degustar este riquísimo postre.

 

 

 

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Macarrones a la carbonara.

Con la novela de «La biblioteca de los muertos», os traigo esta receta realmente deliciosa. Nada tiene que ver con lo que se llama en España pasta a la carbonara, yo diría que solo tienen una cosa en común, la pasta. Olvídense de la nata. La nata es deliciosa en la cocina, pero para otras recetas.


Dificultad: Fácil (tan solo seguir la receta).

Ingredientes: 

  • 2 yemas.
  • 200 gr. de macarrones.
  • 100 gr. de panceta.
  • 30 gr. de queso pecorino rallado
  • 20 gr. de queso parmesano rallado
  • sal 
  • pimienta negra molida.

Lo primero mezclamos el queso pecorino con el queso parmesano, las yemas y 50 gr. de agua, batimos bien para que todo se integre y quede cremoso. Sazonamos con sal y pimienta. Reservamos.

Cocer la pasta en agua hirviendo con sal, hasta que esté al dente. En el mismo paquete de pasta nos pone el tiempo de cocción.

Mientras tanto cortamos la panceta en tiras cortas y freír en una sartén sin aceite y a fuego bajo hasta que estén doradas y crujientes.

Sacar la pasta cocida directamente a la sartén con la panceta dorada. Añadimos un poquito de agua de la cocción para ligar mejor ya que lleva todo el almidón.

Lo dejamos todo a fuego fuerte durante 1 minuto. Salteamos y dejamos que ese agua se convierta como en una cremita. Se evaporará.

Rápidamente y ya fuera del fuego añadimos la mezcla de las yemas, mezclamos rápido para que no cuaje y salga cremoso.

Terminamos con más queso pecorino al gusto y pimienta recién molida.

 

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Dulce sueco.

Desde dónde yo me encuentro me queda retiradillo, pero con la cocina vamos a traer un poquito de allí en compañía de la novela «Tres abuelas y un cocinero muerto».

Nos encontramos en la cafetería Fazer, allí se hallan el embajador, Siiri, Anna-Liisa, Margit Partanen y su esposo. Es el lugar perfecto que han encontrado para ponerse al día en los asuntos que rondan El Bosque del Crepúsculo, y ya de paso darse un homenaje con una merienda. 

Pidieron varias cosas sin importarles el precio, algunos bagels, café, varios trozos de tarta entre los que se encuentra un trozo de pastel tosca. Todo está delicioso incluso llegan a preguntarse si aquello no tendrá alguna clase de droga de lo adictivo que resulta. Todo transcurre serenamente; es lo que tiene llegar a cierta edad, el tiempo se hace más lento y cualquier acontecimiento es un buen tema de conversación.  El asunto del interrogatorio de Siiri no deja indiferente a nadie, sobre todo al embajador el cual también aprovecha la ocasión para piropear a Siiri, y es que nunca se tiene demasiada edad para los alagos, aunque sea para una mujer de noventa y cuatro años.

Y así, con esa imagen de dicha merienda nos vamos a recrear ese pastel tosca que tan feliz hace a Eino, el marido de Margit, y que deja todo salpicado de almendras. La elección es perfecta para tomar con café en las horas de la merienda, y con esa cantidad de frutos secos caramelizados también nos recarga de energía hasta la noche.

 

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Con sabores diferentes.

Seguimos con la novela «El Ocho». Aquí nos encontramos a Catherine y Lily están en casa de Harry y Blanche. Una casa sumamente majestuosa y llena de «cachivaches» muy vistosos. Allí se encuentra también Llewellyn, hermano de Blanche y por consecuencia tío de Lily. Harry metido en  la cocina prepara unos canapés para ir abriendo boca a los comensales allí presentes, mientras brindan por el viaje Argel que realizará Catherine.

La cena fue maravillosa, Harry había cocinado una sopa exquisita «seguida de unos suflés de patata con salsa de manzana casera que estaba un punto agria y sabía a naranjas. Había un enorme asado que se derrumbaba en sus jugos y podía cortarse con un tenedor. Y también un guiso de fideos que se llamaba kugel, con la superficie tostada. Montones de verduras y cuatro clases de panes diferentes con crema agria. De postre el mejor strudel, lleno de pasas y muy caliente.»

Y como algo que me gusta muchísimo es probar recetas distintas pues en este caso vamos con el kugel. Este plato es muy sencillo, un tanto diferente el preparar así los fideos pero al fin de cuentas no deja de ser pasta. Este plato proviene de la cocina judía, se hace en el horno y puede ser o bien dulce o salado. Comentaros de este plato que tenéis que tener cuidado con la cocción de los fideos para que no se os pase el punto al dente, pues luego al meterlos en el horno y junto con los quesos, eso le dará una humedad que terminarán su cocción.

Yo lo he preparado salado y como plato principal ya que la pasta y el queso se hace contundente. Como veréis ( en la receta que publicaré) es bien sencillo el procedimiento, mezclamos todos los ingredientes para terminarlo en el horno hasta que se haga una costra doradita y crujiente.